Desde hace años que he tenido problemas a la hora de leer versiones traducidas, y ahora me he vuelto a topar con dicho problema al leer Silas Marner de George Elliot.
Me ha sido imposible disfrutar de la lectura a causa de la terriblemente anticuada traducción que tenía en manos. No es descabellado decir que al menos una palabra de cada frase me era desconocida, y tres o cuatro raramente las había utilizado nunca. Claro que también es mi culpa por coger una traducción hecha a principios de siglo.
Pero esto me sirve para subrayar cuán importante es disponer de una buena traducción. ¡Otro ejemplo! Hace 5 años, por recomendación de la bibliotecaria de mi instituto, empecé a leer Cumbres Borrascosas. Cabe matizar que se trataba de una versión traducida al francés. Bien, el resultado fue que no pude acabar la novela. Dos años después una amiga mía me lo prestó, esta vez en castellano, y se convirtió en uno de mis libros favoritos.
Desde entonces que creo que es esencial que, si no se puede leer la obra en su idioma original, se lea una buena traducción. Porque las traducciones no sólo cambian el sentido si no se es cuidadoso, si no que también puede hacer una lectura más amena o al contrario más pesada. ¿Cómo escoger una buena traducción? Depende del tiempo que tengas.
Normalmente dónde hay más problemas son con las poesías – que yo me niego a leer traducidas, salvo causa mayor – y las novelas del siglo XIX y anteriores.
Si son poemas u obras de teatro, Cátedra tiene unas excelentes ediciones bilingües. Quedé maravillada con su traducción de Eugenio Oneguin de Pushkin, incluso a pesar de no hablar ruso.
Siempre está la opción de ojear un poco el libro antes de comprarlo, y procurar coger una traducción moderna.
Si tenéis más tiempo, intentad comparar traducciones (sí, soy muy friki y hago eso). Normalmente hay diferentes ediciones del bolsillo de una misma novela clásica, se escoge un fragmento y se contrasta.
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